El sol se filtraba a través de las grietas de la colmena, bañando con calor una pequeña sección de la colmena. Spiracle yacía acurrucada junto a Wasisi en una pequeña sección musgosa. Acababan de compartir un beso, uno de esos momentos que sabían serían mal vistos.
—Sigo diciendo que esta es una tontería. Todo esto es demasiado alegre para mí gusto.— Wasisi murmuró mientras jugueteaba con una pequeña liana.
Spiracle rió, acariciando su mejilla. —Claro, pero aquí estás, conmigo.—
Wasisi gruñó, pero no se apartó. —Solo hago esto por ti…—
De pronto, un zumbido resonó en la distancia. Wasisi se tensó, sus ojos brillando con instinto de supervivencia, y en un parpadeo, se lanzó tras una pared de roca. Spiracle se incorporó justo cuando Carapace, su esposo, emergió volando desde las sombras. Su caparazón verde oscuro relucía con un brillo opaco, y su mirada era de pura desconfianza. Llevaba cargando con magia lo que parecía un pergamino.
—¿Spiracle?— dijo Carapace, su voz cortante. —¿Qué haces aquí?—
Ella se sacudió con el casco un poco, intentando parecer tranquila, pero una marca más oscura en su cuello delataba uno de los besos recientes. —Solo… tomando un descanso. ¿Qué quieres, Carapace?—
Él entrecerró los ojos, había captando un movimiento fugaz tras la roca. —¿Sola? ¿Segura? Juraría que vi algo moverse. ¿Hay alguien más aquí?—
Spiracle se puso de pie, bloqueando su camino. —No hay nadie. ¿Qué insinúas?—
Carapace dio un paso adelante, su voz subiendo de tono. —No me tomes por idiota, Spiracle. Sé que has estado pasando tiempo con ese renegado, ¿Crees que no me doy cuenta?—
Spiracle apretó la mandíbula, su paciencia desvaneciéndose. —Estoy ayudando a los renegados, Carapace. Es mi deber. Wasisi es solo uno de ellos.— Dijo esto con un falso tono de amabilidad.
—¿Uno de ellos? — murmuró Carapace, entrecerrando los ojos. —No te veo perdiendo el tiempo con los demás. Solo con él. ¿Qué está pasando realmente?— Su voz comenzaba a mostrar un ligero tono de enojo.
La discusión escaló rápido. Spiracle, harta, dejó caer su fachada amable. Sus ojos brillaron con la ferocidad de la que alguna vez fuera una de las capitanas de Chrysalis. —¡Basta, Carapace! No tienes derecho a cuestionarme. He dado todo por esta colmena, por la reforma, por nosotros. ¡No tengo que responder a tus celos infundados!—
Carapace retrocedió, sorprendido por su tono, pero su enojo incremento aun mas. —¡Mírate! Esa no es la changeling con la que me casé. ¿Y para defender a un renegado? ¡Patético!—
El aire vibraba con su furia. Carapace, en un arranque le arrojó el pergamino a Spiracle. —¡Ni siquiera vine por esto! Ocellus no volverá para las fiestas. ¡Pero qué más da, si tú tienes tus propios secretos!—Sin esperar respuesta, alzó en vuelo y se alejó, sus alas zumbando con rabia.
Spiracle se quedó inmóvil, con la que era una carta a sus cascos. Su respiración era pesada, sus ojos indescifrables. Miró hacia la roca donde su amante seguía oculto. —Wasisi, ya se fue…—
El renegado salió lentamente, sus ojos brillando con una mezcla de culpa e inseguridad. —Esto… se ha salido de control…—
Spiracle suspiró, recogiendo la carta. —Siempre estuvo fuera de control. Este es mi desastre…— Sin mirar a su compañero, se alejó hacia otro rincón de la colmena, dejando a Wasisi solo, mirando el musgo donde minutos antes habían compartido algo que ahora amenazaba con destruirlo todo.